lunes, 13 de octubre de 2008

Olvídense de elegir el postre

Nota: este se va derechito al concurso literario de este año y fue escrito justamente en el día de la fecha, a dos día de terminarse el tiempo de entrega.

No iba a ser ni la primera ni la última vez que saliendo en horario fuese a llegar tarde. Ya llevaba 15 minutos esperando el colectivo. Rondaban las 21 hs cuando por fin, levanté mi mano derecha e invité a subir a aquellos dos extraños conmigo.
Lo único que le pedí al conductor fue que siguiera derecho, y arrancó.
Yo les expliqué que no le encontraba sentido alguno a que siguieran esperando parados sobra aquella avenida, y pensé para mis adentros – ¿cómo ninguno se había fijado en el otro? -
Ella con su pelo virgen, extremadamente largo y él con su atuendo tan elegantemente casual. Ambos sufrían de miopía pero no creo que fuese eso, lo que no les permitía notar lo bello que se verían juntos.
Durante las primeras cuadras, se sentía dentro del vehículo un aire cargado de preocupaciones. Luego se relajaron y aceptaron que era, probablemente, su última oportunidad para disfrutar juntos.
Para ser sincera su historia me conmovió, y preferí subirlos al taxi conmigo, dejando de lado mi tiempo y punto de llegada. Quise realizar mi buena acción del día. En mi familia siempre se acostumbra contar las buenas acciones de la semana durante las cenas de los viernes; quien cuenta la mejor, entre otros tantos puntos a favor, elige el postre; y estaba segura que ésta superaría a todas las demás.
Era realmente melosa, diez años de convivir para evitar gastos mayores y discutir de celos por las visitas - sin admitirlo - , para ahora por motivos profesionales salir disparados cada uno para un continente distinto. Tan alejados… Realmente una buena acción empalagosa.
Los oí hablar de sus proyectos a futuro y prometieron enviarse cartas repletas de novedades y postales para las fiestas. Casi sin darse cuenta, se juraron amor eterno…
Bajamos y ya en el aeropuerto, me agradecieron la locura que había cometido por décimo quinta vez. Los ví abrazarse e ir alejándose sin las agallas suficientes para voltear a mirarse un último momento.
Comencé a caminar, en busca de otro taxi y pensé lo maravilloso que hubiese sido para mi buena acción del día, un beso final. Entonces corrí, la tomé por el brazo y la empujé contra él.
No sólo hubo un beso final, sino que fue el más tierno que presencia en carne y hueso. Ni tan desesperado, ni dudado. Lleno de cariño. Era más que esperado, solo necesitaban de ese empujón. De tal modo, que me hubiese encantado poder fotografiarlo y llevarlo como prueba de que no exageraba,- a la cena- a la que obviamente estaba llegando extremadamente tarde.
De todas maneras, encontré un teléfono público; y con la única moneda de 25 centavos que tenía, llamé a mi hermana. Le expliqué que estaba llegando tarde porque no encontraba ese helado carísimo que tanto me gusta, y que se fijara bien a quién le ponía la hoja de laurel en el plato de pastas, ya que creía que esta noche, yo debía gozar del privilegio de no lavar los platos.

4 comentarios:

Sofía. dijo...

hoy me fije jajajaja y era hasta el 24 de octubre jajajaja me quiero matar, yo me apure al pedo.

Johana Micaela dijo...

che, sos una capa.
eso :D

Anónimo dijo...

lu,encontré tu blog .muy lindo y me gustó mucho esta entrada . te mando un besito tocaya de cumpleaños

Emilita dijo...

Me encantó lo que escribiste.
un besito (: