Nota: cuando lo terminé de escribir me fascinó y ahora que quedo guardado por ahí y lo volví a leer me pareció uno más del montón... pero creo que es común en mí, en fin se los presento, este es el cuento que debería haber mandado para el concurso literario de 2do año cuando tenía a la adorable Pelossi como prof de lengua.
Son los últimos días de invierno, y ya se siente la llegada de la primavera… Ese aire caluroso, ese aroma que se va asemejando al del verano, esa humedad que nos frisa el pelo y toda esa cantidad de amigos, parejas y familias en los parques disfrutando de la tarde; viendo correr a los perros y detrás de ellos a los niños, dando de comer a las palomas o simplemente intercambiando algunas palabras recostados sobre el pasto.
Era un día agradable, de esos que se prestan para salir a deambular por la ciudad y hacer algún que otro mandado. Comencé a caminar hacia lo de mi amiga en busca de los materiales que me hacían falta para proseguir con la investigación sobre “El Escorial” que debía entregar en pocos días junto a su exposición oral para la que llevaba largo tiempo ensayando y memorizando toda la información. Debía ser perfecta, se entendería cada palabra, cada detalle y podría aclarar todas las dudas y curiosidades de mis colegas, no habría un solo silencio en la que la falsa que teníamos como profesora pudiera hacer una mínima acotación, esta vez iba a ganar yo.
En mi camino me crucé con muchísimos comercios llenos de sonrisas picaras, colores y luces que me incitaban a entrar y comprar lo primero que se me cruzara. Eran uno más llamativo que el otro, pero ese kiosco por el que pasé tres cuadras antes de llegar a lo de Andrea acabó conmigo. Tuve que entrar y adquirir esos confites de chocolate con cobertura de diferentes colores, que llevan largo tiempo en el mercado de las golosinas.
Abrí el paquete con una sonrisa que aparentaba ya haber sacado la nota más alta en mi clase, ingerí el primer confite y automáticamente me perdí en su dulce sabor y crocante textura. Continué masticando y mi mente se prestó a un juego tentando al destino. Comencé a pensar en algo que deseara profundamente y un color de confite con el que se cumpliría en el caso de que al sacar la mano del paquete coincidiera con el que había imaginado. Entonces dije para mis adentros “si sale rojo, dentro de poco me podré ir a vivir sola”. Salió amarillo.
Proseguí pensando esta vez “si sale rojo, mi nota será mayor a ocho”. Salió turquesa.
Una vez más metí la mano en el paquete pensando “si sale rojo, no existe el destino”. Salió marrón.
Soy una persona muy orgullosa y terca, por lo tanto para mí la tercera no es la vencida, siempre hay una cuarta, y por última vez ya en la esquina de la casa de Andrea , aposté al rojo “si sale rojo, todo esto ya estaba escrito”.
Y ocurrió lo tan esperado, metí la mano en el paquete más esperanzada que nunca y el confite rojo ahora se encontraba en la palma de mi mano. Quedé paralizada en el medio de la senda peatonal viéndolo sin poder entenderlo; era rojo realmente, tan rojo que combinaba con toda la sangre que me rodeaba tirada, mientras la gente pedía a gritos la ayuda de un médico.
domingo, 23 de marzo de 2008
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