Buscó y buscó, pero no encontró las palabras adecuadas para describir su interior. Era blando, pero pareciera que con el paso del tiempo fuese aún más frágil. Se fue deformando, no es más lo que conocemos por el término “corazón”, ahora tiene forma de ameba. Sí, totalmente indefinido es su interior. Pisoteado una y mil veces por su propio cerebro que jamás deja de funcionar.
Se enfrentó a un espejo y quiso romperlo, pero su puño se frenó a los pocos centímetros, mientras se repetía a sí misma: “sabés que no vas a lograr nada así, no podes ir por la vida rompiendo el reflejo de tus esquemas. Sos esto, acéptalo de una vez por todas. Tu curvas son estas, tu gracia no está en tu cara ni en tu piel, quizá aún no hayas descubierto tu gracia”
Entonces lloro mirando hacia un punto fijo, sin ver absolutamente nada. El cansancio le ganó otra vez y durmió. Durmió profundamente, y soñó que su vida no era su vida, más bien que su vida era la de otro, pero más suya que nunca. Despertó sabiendo que nunca podría vivir algo que no fuese suyo, y pensó automáticamente en él, como hace habitualmente en cada pestañar y así asimiló una vez más que por el bien de ella, osea el bien de él individualmente y para con ella, debía dejarse ser y elegirse de una vez por todas. Nada cambiaría, por lo menos no en ella, ¿si no por qué estaba seleccionando una vez más el bien del otro? Elegirse no necesariamente sería transformarse, si no simplemente aceptarse.
jueves, 16 de abril de 2009
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